“Una buena pareja requiere total confianza”. El famoso terapeuta de parejas sudafricano Arnold A. Lazarus supo referirse al mito, bastante extendido, de la necesidad de poder confiar casi ciegamente en la pareja. Y evocaba una anécdota al respecto, cuando escuchó una conversación entre tres hombres en el vestuario de un club: estaban discutiendo sobre si sus mujeres podrían serles infieles. Y relataba las diferentes posturas: uno de los hombres decía que, aunque durante sus 15 años de casado no había tenido motivos para dudar de la fidelidad de su esposa, consideraba que no podía estar 100% seguro de nada. Otro sostenía que estaba algo así como el 90% seguro de que su mujer no había tenido ni tendría sexo con otro hombre, excepto bajo circunstancias extraordinarias (como quedar aislada por la nieve en una cabaña durante tres semanas con alguien muy atractivo). Y el tercer hombre decía que estaba absolutamente, 100% convencido de que su esposa no tendría relaciones por fuera de la pareja, bajo ninguna circunstancia. Argumentaba la estricta educación religiosa que ella había recibido, la calificaba de “mojigata”, no muy interesada en el sexo y extremadamente tímida, además de ser una persona demasiado pendiente del “qué dirán” como para correr semejante riesgo. Y culminó con la tajante conclusión de que no había ninguna probabilidad de que su mujer fuera capaz de engañarlo.
Lo irónico fue que, en ese preciso momento, Lazarus se dio cuenta de que el último en hablar era el marido de una de sus pacientes. Una mujer que no sólo distaba mucho de ser una “mojigata”, sino que estaba involucrada en un apasionado romance, situación que la había llevado a consultarlo como psicoterapeuta.
A raíz de este ejemplo, planteó que las buenas relaciones de pareja no tienden a fundamentarse en la confianza total, sino más bien en un cierto matiz de inseguridad. Afirmaba que estar absolutamente seguros de su fidelidad, lealtad o devoción es tomar demasiado por sentado a la otra persona. Consideraba más realista creer que nuestra pareja es un ser humano fiel pero falible, que puede sucumbir a la tentación bajo ciertas circunstancias. Tomar conciencia de que, a menos que uno mantenga cierto grado de “vigilancia” (y de otras variables, por supuesto), existe el riesgo de que nos usurpen el lugar, de vernos reemplazados/as.
Agregaba que el famoso “valor en el mercado” que se atribuye a la pareja es también un factor importante. “Si usted ve a su pareja como alguien que difícilmente pueda atraer a otra persona valiosa, esa creencia le engendrará una sutil falta de respeto”.
En cambio, si uno la considera como alguien más que capaz de resultar atractivo para otros y de responder a esas insinuaciones –en caso, por ejemplo, de ser descuidado dentro de la pareja- probablemente aumenten las propias atenciones, muestras de interés y afecto.
Así, el profesor Lazarus remarcaba el “matiz de inseguridad” como algo clave para mantener una pareja viable, interesante y hasta excitante: “Nos previene de dar las cosas por sentado, volvernos descuidados, brindar más atención de la necesaria al trabajo o mostrarnos irrespetuosos. Más aún, estimula y mantiene el nivel de amor e interés afectuosos que preservan la pareja”.